lunes, 17 de noviembre de 2008

JAIME BAYLY : CARTA A MI HIJA CAMILA

Jaime Bayly - Carta a mi hija Camila
Camila de mi corazón:
Me parece increíble que tengas siete años. ¡Siete años, Cami! ¡Ya estás
grande! Dentro de poco voy a ser un viejito y tú me vas a tener que
cargar. ¿Te acuerdas cuando yo te cargaba en Washington y te llevaba a ver
las ardillas mientras tu mami estaba en la universidad? ¡Cómo te
encantaban las ardillas, mi amor! Aunque hiciera mucho frío y cayera
nieve, tú me obligabas a llevarte a la calle para verlas saltar por los
árboles de nuestro barrio. Tú las mirabas feliz y estirabas tus brazos
como si quisieras tocarlas y subir a jugar con ellas. Eras mi ardillita
adorada. Yo te apachurraba y te daba besitos en tus cachetes helados y me
abrigaba contigo.
Ni tu mamá ni yo sabíamos que ibas a ser una niña, Camilín. Cuando saliste
de la barriga de tu mami, yo estaba atrás de ella ayudándola a respirar y
de repente la doctora dijo it's a girl! y tú empezaste a llorar y yo
también aunque no tan fuerte como tú y rapidito te pusieron en el pecho de
tu mami y ya estabas tomando tu leche como una gatita, y te aviso que no
era leche chocolatada, bandida, porque ya sé que ahora que tienes siete
años sólo te gusta tomar tu leche chocolatada de la caja del conejito, y
si te doy leche blanca se la terminas dando al gatito que se esconde abajo
de mi camioneta, no creas que no te he visto, flaca traviesa.
Tu mami es la mujer más buena del mundo y tú siempre debes ser muy
cariñosa con ella, ¿ya? Cuando tú eras una bebita y estabas en su barriga,
ella ya te quería muchísimo y te hablaba cosas bonitas y te ponía música
clásica (el concierto para clarinete de Mozart y el piano bellísimo de
Rachmaninov, sobre todo, que ahora te gustan tanto) y te cantaba canciones
en inglés y te cuidaba como las leonas cuidan a sus cachorritos y no dejó
nunca que nada malo te pasara. Acuérdate de esto siempre, Cami: tu mami
tiene un corazón muy grande, grandísimo, del tamaño del mar, y antes de
que tú nacieras ella ya te quería más que a nadie en el mundo, y por eso
tú tienes que darle siempre muchos besitos y hacerla muy feliz y sobre
todo hacerle sus galletitas de chocolate que tanto le gustan los domingos
en la tarde.
De los días que vivimos en Washington, la ciudad donde naciste, recuerdo
especialmente, aparte de tu fascinación por las ardillas, una vez que me
quedé cuidándote porque tu mami se había ido a clases y tú empezaste a
llorar porque te dio hambre y sólo querías tomar leche del pecho de tu
mami y yo, tratando de distraerte, te hice todos los jueguitos de siempre
y te di tu biberón de leche en polvo y saqué tu gusanito de colores que te
encantaba pero tú seguías llorando y yo no sabía qué hacer para calmarte y
entonces se me ocurrió llenar la tina y meternos con tus patitos amarillos
al agua y así estuviste un rato tranquila y contenta pero de pronto otra
vez te dio hambre y comenzaste a llorar de nuevo y yo traté de darte tu
mamadera pero tú sólo querías el pecho de tu mami, así que nos vestimos
medio mojados y salimos disparados a la universidad y fuimos a buscar a tu
mami como unos locos, tú llorando y yo corriendo, y por suerte la
encontramos saliendo de su clase y ella te calmó rapidito y yo casi me
desmayo porque te prometo que si no encontraba a tu mami ya iba a llamar a
la ambulancia. No creo que te acuerdes de ese día, Camilín, porque tú ni
siquiera tenías seis meses, pero te aseguro que nunca he corrido tan
rápido por las calles de Georgetown: ese día corrimos tan rápido que creo
que hasta pasamos a las ardillas.
No sé por qué, ahora me acuerdo clarito de una tarde en que te estaba
cargando en el departamento de Washington y de repente comenzaron a sonar
unas sirenas bien fuertes y nos asomamos los dos a la ventana y vimos
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pasar una caravana de motos y carros negros y adentro de un carro negro
enorme iba al presidente de los Estados Unidos, que por si acaso se llama
Clinton, y con las justas lo pudimos ver cuando pasó rapidito y yo te
abracé fuerte y me dio mucho pero mucho orgullo ser tu papi y sentí que
prefería ser papá de Camila que presidente de Estados Unidos o del mundo
entero.
Cuando nos mudamos a Miami, vivimos un tiempo en un hotelito en la playa
que seguramente ya has olvidado. ¡Cómo te gustaba bañarte en la piscina,
Cami! Te pasabas horas chapoteando y no había manera de sacarte de allí.
Pero lo que más te gustaba era perseguir a las gaviotas en la playa y
tirarles panes y ver cómo se te acercaban chillando y comían los pedacitos
de pan que tú les tirabas. ¿Te acuerdas que después, cuando vivíamos en el
departamento frente al mar, ya no teníamos que bajar a la playa para
darles de comer a las gaviotas porque ellas venían hasta el balcón y les
tirábamos panes y ellas los atrapaban en el aire con sus picos anaranjados
y se los comían en el acto y tú corrías feliz a la cocina por más panes
hasta que de repente nos tocaban la puerta y era el guardián del edificio
que venía a decirnos muy molesto que estaba prohibido darles de comer a
las gaviotas desde el balcón porque después se hacían la caca encima de
las señoras viejitas que estaban tomando sol en la piscina? ¿Te acuerdas,
Cami, de las gaviotas volando frente a nosotros en el balcón y tú
tirándoles panes y saltando de felicidad mientras hacías ruidos
imitándolas? Te digo una cosa, mi amor: siempre que veo una gaviota, me
acuerdo de ti y te veo sonriendo.
¿Qué sería yo sin ti, Cami? Antes de que tú vinieras al mundo, yo era un
hombre muy triste. Tú naciste, me miraste sorprendida y me fuiste
enseñando a ser feliz. ¿Y qué sería de ti sin tu helado favorito, Camilín?
Desde chiquita te ha encantado comer helados todo el día, a toda hora,
haga calor o frío. ¡Cómo te gustan los helados! Has salido a tu abuelo
Nacho, que es tan buena gente y nunca se cansa de comer helados. Tú de
repente no te acuerdas, pero tu helado favorito ha ido cambiando de sabor.
¿Quieres que te cuente? De bebita adorabas el helado de chocolate, pero
sólo si lo chupabas de mi dedo, nunca de una cucharita. Cuando llegamos a
Miami, tu helado favorito cambió de color: era amarillo, de mango. Te
sentabas frente al televisor a ver El Rey León y comías feliz tu heladito
de mango. Pero un día dejó de gustarte y tu helado favorito pasó a ser
rojo, de fresa, servido además en vasito rojo de dálmatas porque en ningún
otro vasito es igual de rico, ¿no es cierto? Ahora que ya tienes siete
años, tu helado favorito es el de chocolate, igual que tu abuelo Nacho, y
no cualquier heladito de chocolate: el que más feliz te hace es el que tú
llamas de chocolate con chocolate, o sea, el de palito que viene afuera
con una capa dura de chocolate y adentro bien relleno de más chocolate
para que, al terminarlo, termines con tus bigotes marrones. ¿Te acuerdas
del otro día en que me regañaste porque se habían terminado tus helados y
yo no había ido al súper a comprarte más? Te prometo, Cami preciosa, que
toda mi vida te voy a comprar tus helados favoritos. Voy a trabajar
bastante para que tú puedas comer todos los helados que quieras. Lo que ya
no te puedo comprar (y me da mucha pena) son tus galletas de hoja que
tanto te gustaban, las rosaditas y las verdes, rellenas de chocolate, pero
tú sabes que las vendían en el súper que cerró y no las tienen en el único
súper que queda cerca de la casa, pero las galletas de oso que te encontré
en vez de las de hoja, ¿también están ricas, no es cierto? Te voy a decir
una cosa, bandida: con la cantidad de galletas de hoja que te has comido
podríamos hacer una selva más grande que la de Tarzán. ¡Eres una dulcera
como tu mami! ¿Tú sabes que cuando yo era chiquito decía que de grande
quería ser heladero para comerme todos los helados de la carretilla? Ahora
que soy grande todavía sigo queriendo ser heladero: heladero tuyo, para
darte todos los helados que te hagan feliz, mi gatita.
Si tú supieras, Camilita, Camiloca, todos los pequeños momentos en que me
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siento tan feliz de ser tu papá: por ejemplo, cuando vamos juntos al
parque a montar bici y yo aprovecho para correr tres vueltas y tú me
acompañas en tu bici y conversamos de lo más bien; cuando bailas con tu
hermanita Paola las canciones de Shakira que tanto te gustan y me terminas
haciendo bailar a mí también; cuando te pregunto con quién te vas a casar
y tú me dices con nadie y yo te pregunto por qué y tú me dices porque
quiero ser soltera; cuando me acompañas al correíto y abres el pequeño
casillero a ver si te ha llegado tu catálogo de Disney que luego vas a
marcar y recortar para que yo te compre muchas cosas lindas; cuando te
preguntan delante mío qué quieres ser de grande y tú no lo piensas dos
veces y dices escritora; cuando vienes calladita mientras yo escribo en la
computadora y me dices que tú también quieres escribir y me dictas un
cuento lindo en el que me hablas de Dios y al final lo titulas "Dios nos
llamó" y yo después llamo a mi mamá a leérselo porque tu cuento es una
belleza y sé que ella se va a emocionar; cuando vamos a volar cometas y de
repente el cielo se vuelve negro y vienen unos vientos fuertísimos y se
nos rompen las cometas y tú te asustas por la tormenta y crees que ese
viento malo te va a llevar volando como a Dorothy en El Mago de Oz y
corremos asustados a meternos a la camioneta, ¿te acuerdas del susto que
nos dimos, mi amor?; cuando me das permiso para ver mis noticias y apagas
tus dibujitos en la tele; cuando vamos al cine y nos emocionamos tanto que
terminamos llorando los dos y comiendo un montón de canchita deliciosa que
es un vicio; cuando vienes corriendo y me dices cuckoo-face y me haces
cosquillas y me abrazas y me dices que me quieres; cuando me acompañas en
la camioneta y cantamos esa canción tan bonita que descubrió tu mami que
dice tus besos de hielo, yo los derrito con mi calor o esa otra de U2 que
nos encanta que dice I wanted to run but she made me crawl, oh oh oh the
sweetest thing, this is a blind kind of love, oh oh oh the sweetest thing;
cuando llegas del colegio y me cuentas las cosas que has aprendido ese día
y te comes todo tu brócoli porque eres una niña obediente; cuando te mando
saludos en la tele y al ver la grabación tú saltas de la felicidad y me
haces repetirte diez veces la escena y luego Paoli me pide que la repita
diez veces más; cuando vamos a los carritos de carrera y nos pasan los
niños malos a toda velocidad y tú me dices que es más rico ir despacio;
cuando estoy durmiendo a Paoli y te escucho leer solita y bien despacio
las primeras palabras de tu cuento de la Bruja Berta; cuando te dicto
palabras largas como chirimoya o granadilla o hipopótamo y tú las escribes
perfecto; cuando me dibujas como un flaco con unos anteojos grandotes pero
que siempre sonríe; pero sobre todo cuando me ves en el aeropuerto y
gritas ¡papi! y corres y te tiras sobre mí y me abrazas fuertísimo y yo
siento que si no fuese tu papi no sería nadie.
Una noche en mi cama te dije que antes de que tú nacieras yo era un hombre
muy solo y muy triste y tú me dijiste yo sé, papi y me abrazaste como mi
bebita que ha crecido y ya tiene siete años pero sigue siendo mi ardillita
adorada. ¿Sabes también, Camila de mi corazón, que estos últimos siete
años han sido los más felices de mi vida? Te voy a decir un secretito en
el oído, Camilín: yo me he enamorado de una sola persona (y ella por
supuesto es tu mami) y he escrito algunos libros (que cuando seas grande
tú sabrás comprender) y he conocido gente súper famosa (no sueñes nunca
con ser famosa: sueña con ser feliz) y he viajado a ciudades muy bonitas
(extrañándote) y he hecho algunas travesuras (no por malo sino para reírme
un poquito), pero te prometo que lo mejor que me ha pasado en toda mi vida
es tener una hija tan linda como tú y otra como Paoli, tu hermanita
preciosa a la que siempre tienes que cuidar. ¡Y pobre de ti que me vuelvas
a bajar el pantalón cuando estemos en Blockbuster!
Te adora,
Tu papi.

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